Nunca he sido ni ducho ni aficionado a los números, ya sean
naturales, enteros, racionales, reales o complejos, más que nada porque, son
tan definitorios en sus nombres adjetivados como exactos en su significado y
significante, no dejan nada a la subjetividad.
Quizás por ese “no aprecio” a los números, es por lo que,
nunca los he utilizado para nada en concreto en mi vida “letreada”.
No me gustan las restas ni las divisiones por lo de “sustrayentes”.
No me puede gustar, como persona de familia, gregaria y enemigo de las
soledades voluntarias, algo que en lugar de llenar, vacía. La división que
rompe, aleja y separa lo que debe estar pegado, unido y junto. No quiero que un
decimal, un tanto por ciento o un máximo común divisor dinamite en porciones
mis sentimientos, mis esperanzas, mis ilusiones y sueños.
Si de algo tuviera que ser adicto en lo matemático seria a la adición. Solo la suma y la multiplicación
consiguen a veces que me reconcilie con lo “exacto”. Creo por encima de las
cosas que hasta la suma de errores da un resultado correcto si se une al total
de las vivencias.
No quiero vivir la división de mi corazón obligada por la
mala gestión de unas cuentas pendientes con mal resultado, cuando los números
de esa cuenta lejos de ser naturales, enteros, racionales y reales, eligen ser
irracionales y complejos.