domingo, 9 de marzo de 2014

HASTA OTRA COMPAÑEROS

Bueno parece mentira, pero, como todo lo inevitable, este camino común en el que hemos sido compañeros, llega a su fín. Tengo que deciros, que aunque haya que aceptar el hecho de que en esta vida todo es un recorrido con principio y fin, hoy en dia, las prisas, el estres, las obligaciones y el ritmo frenético de nuestras vidas no nos permite pararnos y disfrutar del paisaje que linda ese camino. Así es como suele ser normalmente, pero a veces, solo a veces, la vida vá y sin esperarlo te dá el margen suficiente como para parar, mirar y descubrir que existen otros ritmos para vivivirla. Son los ritmos que te hacen reconciliarte contigo y con el resto de la humanidad. Os tengo que decir que para mí, en estos años en los que hemos caminado juntos por este camino laboral, vosotras, todas, habeis sido algunos de esos ritmos. Solo tengo palabras de agradecimiento y el inmenso deseo de que en vuestro nuevo camino sigais siendo los ritmos de otras personas como lo habeis sido para mi.
Suerte y gracias. Un amigo

lunes, 3 de marzo de 2014

LA COCINA DE MI MADRE (1)



Mi afición por la panadería nació de la única forma que avanzan  todas las cosas redondas sin fuerza motriz, por inercia.
No tenía yo especial predisposición, puesto que nunca había tenido curiosidad, por el arte del amasado.
Mis comienzos en lo que ha llegado a convertirse una pasión, resultó ser el paso lógico de una infancia marcada por largas estancias en la cocina de mi madre.


La costumbre de mi familia de pasar horas en la cocina, dándole a ese rincón  de nuestra casa el significado de su nombre, hogar, se grabó en la parte más recóndita de mi cabeza.
Los recuerdos de conversaciones, historias relatadas al calor de los pucheros y sobre todo, los dulces, confituras y bizcochos que mi madre esculpía con sus manos maestras, comenzaron a crear mi amor inconsciente por las harinas y guisos.


Los olores de las especias, anís, comino, matalahúga, canela, los sabores dulces de las confituras y torrijas, el ácido de las naranjas, el amargo del membrillo fruto y la magia de convertirlo en dulce regalo para las papilas.
Mi madre, cual alquimista, mezclaba los elementos de una imaginaria  tabla periódica hasta llegar con sus manos y su arte a convertirlos en el oro deseado.
Mis sentidos infantiles  comenzaban a impregnarse de los placeres culinarios.
  
Las cacerolas donde realizaba sus mezclas se nos antojaba a mi hermano y a mí una suerte de caldero mágico repleto de oros donde meter nuestros dedos infantiles.
Los chocolates los relamía yo, las cremas pasteleras y masas de bizcocho eran cosa de mi hermano.
El orden y el respeto también lo aprendí en la cocina.



Los recuerdos como refugio de los avatares de la vida. El camino del dia a dia, tan largo, tan pesado, tan agotador que va dejandonos con su paso sin perspectivas.
Las canas, testigos indeseados de la realidad del paso del tiempo, se multiplican acusativas.

Uhmmmm, la cocina de mi madre, perenne refugio donde regresar.