-De toda la vida.
-Si, y mis cojones treinta tres.
-que si hombre que las cocochas son esas almejas pequeñas
que comeis en Cádiz.
-Si y las navajas son percebes, no te jode. Coquiiiinas,
comemos en Cadiz, las cocochas son la parte de la “barbilla” de las merluzas.
Parece mentira la de años que te has pegado en el Pais Vasco
y pierdas una apuesta por una palabrita vascona. Tu eras poco de comer, no?.
-Vaya, me he confundido. Te quieres creer que se me ha
metido en la cabeza la puñetera almeja esa y no me he acordado de la merluza y
mira que he comido eh?.
-No pasa ná hombre, otro dia pago yó.”
Tardes de bar, charlas a veces intranscendente y otras
intelectualoides, apuestas de Trivial y copas, muchas copas.
La triada del xua, el cococha y el lacha, como parte de la
decoración de todos los bares del barrio, desvelando entre sorbos las verdades
de la vida, el mito de la cueva, Sisifo y su condena, clases magistrales de
vida, de entenderla , de sentirla y padecerla.
No nos conocimos amigo Biel, en el mejor momento de nuestras
vidas, cada uno pasaba su particular desierto como podía y en el caso de
nosotros tres, de la peor forma, bebiendo y viviendo en el paradigma de ahogar
los problemas en el deshidratante alcohol.
Te conocí cuando tú ya habias sido. Todo en ti era pasado. Un
pasado fascinante para alguien como yo que en ese momento se encontraba en
un presente gris. Tus batallitas de viejoven se me antojaban historias de
superagente metido en mil aventuras tán impresionantes que parecían irreales. Tus
años vascos, tu forma de relatarlos y el fondo de esas vivencias me fascinaban
como a un niño sus comics de aventuras.
Nunca te oí gritar o insultar y si alguna vez “rajabas” de
alguien lo hacias de una forma tan elegante que nunca sabia si estabas
insultando o halagando.
Mallorquín, mallorquín
con mayúsculas, te gustaba serlo y lo llevastes a gala, defendias lo tuyo con
el ardor que solo sale del corazón de quién realmente ama su tierra.
Amigo de tus amigos,
tenias serio el semblante pero alegre la mirada y eras capaz de hacer reir con
dos palabras o una anécdota al más “estirao”, me demostrastes que no hacia
falta ser andaluz para tener duende.
No te vi rehuir una discusión ni achantarte ante ningún
intelectual de bar, tio culto y leido tenias armas para luchar con tu palabra
con cualquier cultureta que te desafiase. Proponias conversaciones de esas que
hacian volverse hacia nosotros a los tarambanas, que nos miraban, como miran
los conejos cuando les das las largas. Quizás Nietze, la armada invencible o
las teorias de Darwin no fuesen temas para barras de bar.
Tu me enseñastes a no juzgar, a no poner precio a las
desgracias de nadie, a respetar y sobre todo a escuchar y mirarlo todo con
perspectiva. Aunque no lo sepas, amigo, me salvastes la vida, fuiste tú y tus
consejos los que me animaron a salir del pozo en el que estaba convirtiendo mi
vida. Hicistes que para mi volviese a valer la pena el mirar adelante sin
resentimiento, el no perder el tiempo buscando culpables, el mirarme a un
espejo y volver a reconocer a esa persona que era yo y de la que no me acordaba,
pero sobre todo, a afrontar lo que viniese con esperanza y ganas.
Gracias amigo Biel, gracias, por dejarme ser tu amigo y por dejarme un sitito en tu vida.
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