sábado, 30 de mayo de 2015

MI TOREO

Siempre ha sido difícil para el ser humano aceptar su carga pasional, la irracional, la que surge del cerebro primigenio, esa que cada día y conforme avanzan los tiempos y nos“racionalizamos”, nos esforzamos en enterrar bajo capas de eufemismos y políticas correctas con el fin de olvidar nuestra propia esencia.

Desde muy pequeño, casi un niño me ha fascinado la tauromaquia. El toro, los toreros, la liturgia, el boato, las normas, el vocabulario, los colores, la pintura, la escultura, las medidas, los pesos, la poesía, la arquitectura, la música, la nomenclatura, la filología, la universalidad, la pasión, el poder, la lucha, la estructura, etcétera, etcétera, etcétera, porque todo esto es la tauromaquia, el único arte capaz de aglutinar a todas las demás en una sola.


La afición como decía me viene de pequeño. Fue mi padre y su pasión la que entre paseos y charlas me contagio su amor por lo que él llamaba “el arte de las artes”.
Recuerdo pasar por la puerta de la plaza de toros de mi pueblo y quedar fascinado cuando alguna mañana tuve la suerte de encontrarme sus puertas abiertas y desde la calle pude observar a los torerillos que en la escuela de su ruedo entrenaban y se preparaban para un oficio que algún día podía demandarles incluso lo más preciado, sus vidas. Me fascinaba como unos chicos, algunos de mi edad, dedicaban, voluntariamente sus mañanas a aprender a torear en lugar de patear balones o chapotear en la playa que era básicamente a lo que me dedicaba yo.


Con el tiempo y los años aprendí lo complejo de un mundo con unas normas y un vocabulario propio.
Aprendí que un castoreño era un sombrero, que los alamares eran adornos, que un toro podía ser veleto o que podía ser bragao, aprendí que la paleta de colores de los trajes de torero podía ser tan extensa como la características morfológicas del toro, que las condiciones del toro podían ser infinitas o la inmensa variedad de pases que se podían dar y sus nombres.
Conocí que es el arte más reglado en cuanto a reglamentación legal y normas de ejecución de todas. En el toreo no hay ni un solo momento desde que se anuncia una corrida hasta que esta acaba que no esté determinado por un artículo u otro del reglamento taurino.


Luego más tarde, ya con alguna base y conocimiento, comenzaron las opiniones y las preferencias. Las discusiones sobre si este se arrima más que aquél o sobre si la estocada estaba caída o en su sitio. Tardes de tertulias delante de una televisión que de vez de en cuando retransmitía una feria importante con cámaras superlentas y comentarios expertos de ex toreros reciclados en comentaristas.


Y así entre una cosa y otra fueron pasando los años y el mundo del toreo como todo fue cambiando. Atravesó unos años de euforia televisiva en la que algunos “maestros” se convirtieron en habituales del panorama rosa y luego otros en los que se convirtió en el demonio que aunaba las protestas de todos aquellos que con su razón quisieron borrar la tauromaquia del mapa.


Ya en la madurez y la tranquilidad de perspectiva que esta te da, reconozco que el toreo ha cambiado mucho, demasiado quizás. Hoy en día una corrida de toros es una lucha campal en la entrada de los cosos entre taurinos y antitaurinos, cada uno con su verdad. Un mundo de intereses económicos en el interior. Un círculo cerrado en el que para despuntar tienes que tener dinero o perder la mitad de tu sangre cada tarde.
El toreo moderno, tan estilista, tan uniforme, tan apasional en sus formas, tan ajustado a modas y estilos concretos, tan académico, casi no deja sitio para la improvisación, para la pasión desordenada en los toreros nuevos, obligados a seguir las pautas dadas y no salirse de los cánones para no “perder el sitio”.


Un toreo adaptado a los tiempos modernos en lo que todo se tiene que moderar y encorsetar en formas asumibles por los nuevos “aficionados”, un toreo menos “agresivo”, mas “poético” y en fin más “elegante”.
En el momento en el que el toreo se “domestica” pierde su fuerza y su razón de ser. Es la pasión la que crea arte. Que sería de los toros sin las espantás de Rafael “el gallo”, los “pasmos” de Belmonte, los plantes de Ojeda, la tauromaquia de Cúchares, las modas de “paquiro”, pues no sería nada.


Fueron los toros la primera expresión de rebelión contra el poderoso en sus propios terrenos, cuando por primera vez un miembro de la cuadrilla consiguió ser vitoreado por encima del caballero sobre su caballo. El toreo pisó tierra e hizo grandes a los que tenían sus pies sobre ella.


No quiero hablar de cejudas teorías sobre minotauros y danzas de lunas alrededor de soles porque para eso ya están antropólogos e historiadores que también tienen su sitio en esto del toreo con sus teorías y estudios.

No hablaré de “COSSIOS” porque ya hablo él por sí mismo a través de su docta enciclopedia y ni tan siquiera hablaré de los millones de anécdotas asignadas a toreros y sus hechos porque para eso están las crónicas, lo que si diré, desde la modestia del aficionado de “andar por casa” es que gracias a que todavía hoy por hoy, aunque sea muy de vez en cuando, surge un torero o un toro que consigue meterme en el estómago ese pellizco de miedo y emoción y logra que vuelva a mí la pasión ilógica del amor por un arte tan inexplicable por explicado como el toreo.

Dedicado a mi hermano Antonio Montalvo.

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