22 mayo
2010
escrito por Luque
En el mismo momento en que su padre murió, Pedro decidió que por fin podría hacer todo aquello que le había prohibido siempre.
En primer lugar vendió parte de las tierras y con el dinero en el bolsillo se dirigió a la ciudad sin mirar atrás.
Después de años de aguantar como un esclavo los trabajos que su padre le encargaba y de escuchar estúpidos consejos sobre como sembrar, cuando recoger, como regar y todo cuanto aquel creía que era importante, se merecía, puesto que lo había ganado, alejarse de todo aquello y “disfrutar” de la vida.
Se dedico a dilapidar sin miras el dinero que sacaba de vender poco a poco sus tierras, pero como el decía:”guardar ¿para qué?”.
Pasaron los años entre fiestas y despilfarros y menguaron los dineros y las tierras.
Ante la posibilidad de quedarse sin el que él creía inagotable pozo de dinero que eran sus posesiones, decidió volver por un tiempo al campo y hacer que los pobres terrenos que aún le quedaban generasen beneficios.
Como no recordaba nada de los molestos consejos de su padre, decidió dirigirse al pueblo y contratar una cuadrilla de trabajadores que le ayudasen en las labores del campo.
Entre los hombres que contrato se encontraba uno hombre mayor al que llamaban Miguel “el callado” y al que recordaba haber visto en sus tierras en tiempos en los que su padre aún vivía.
Se decidió por fin a sembrar pero como ni sabia ni recordaba nada, se dirigió a Miguel y le pregunto:
-“Miguel, ¿es este buen momento para sembrar?” a lo que Miguel señaló a los demás hombres y luego se señaló la cabeza seguido de un gesto a modo de tijeras con sus dedos apuntándose a la boca.
Pedro entendió por el gesto que lógicamente primero tenía que talar los árboles del campo para allanar el terreno y poder sembrar, así que junto a sus hombres los taló.
Luego volvió a preguntar:
-“Miguel, ¿es ahora cuando tengo que sembrar?” a lo que Miguel mirándole entrecruzó enérgicamente los brazos una y otra vez.
Pedro aunque extrañado por el silencio de Miguel que achacó a su mote entendió –“!PUES CLARO¡”-, así que recogió unos sacos de semillas de la casa y se puso a sembrar.
Una vez acabó de sembrar pregunto de nuevo:
-“Miguel, ¿Cuánta agua uso para regar?” y Miguel muy excitado y sudando puso la mano abierta hacia abajo a la altura de su tobillo insistentemente.
Pedro que entendió que debía regar con bastante agua, abrió los portalones de la acequias y regó generosamente.
Una vez que acabo, sintiéndose satisfecho se sentó a descansar a la sombra de un árbol junto al camino dándose la circunstancia que en ese mismo momento pasaba por allí otro labriego que le preguntó:
-“Pero Pedro ¿porque has destrozado tus tierras?”.
-“¿Destrozado?, dijo un perplejo Miguel, ¿Cómo destrozado?.
-“Pues claro, hombre, has talado los naranjos de tu padre, has sembrado trigo y has inundado el campo.”
-“¡pero si yo lo único que he hecho ha sido lo que me ha dicho Miguel!”.
-“¿Miguel?- le espetó el labriego-“pero si eso es imposible”.
-“¿Cómo imposible?”
-“Es imposible que Miguel te haya dicho nada, porque Miguel es mudo”
En ese momento lívido por la sorpresa Pedro entendió los gestos de Miguel.
Entre sudores y nervios lo que el buen hombre trataba de decirle era que preguntase a los demás o es que no recordaba que se había cortado la lengua comiendo carne cuando era pequeño.
De repente Pedro se encontró sin cosecha, sin dinero y lo que era peor con un gran sentimiento de estupidez y echando de menos los consejos de su padre.
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