lunes, 8 de julio de 2013

Mis Juguetes Del Año 1953



7 enero
2012
escrito por Luque 

Hoy quiero transcribir , con su permiso, un articulo escrito por mi padre y que por mucho que nos lo cuente siempre nos parece nuevo. No se me ocurre mejor forma de contar un dia de reyes.
Un paseo por Sanlucar y los recuerdos.

” Jose Gonzalez Parada
Mis juguetes del año 1953
La mañana se había presentado apacible aunque algo fresca por este tiempo, y mi madre me había dejado como muchas otras mañanas en la puerta, donde se podía leer en un gran letrero colgado a la entrada de la misma: “Auxilio Social”. Me vio subir los cuatro escalones y girar hacía la derecha por el pasillo que conducía a la escalera que daba entrada a la clase del profesor D. Tomás Hurtado y se marchó hacía la casa de enfrente donde estaba realizando las labores de sirvienta y, de donde, a veces me recogía por la tarde así como otras me marchaba solo hacía mi casa .
Desde la calle Rubiños, todas las mañanas mi madre me llevaba de la mano pasando por la Plaza de San Salvador, más conocida para nosotros por la “Fuente del Piojo”, y salíamos hacía la calle Barrameda, dejando atrás el almacén de “antoñito”, entre la calle San Salvador y la de Barrameda; continuando por la misma, a la izquierda, una vez finalizada las cuatro “Casas Nuevas”, existe un callejón que en la actualidad lleva el nombre de Almizcate, donde en aquella época se encontraba al final del mismo la casa de sita de “La Cubana”.
Entre otros muchos y continuando hacía el colegio, estaba la tienda de “Los Cuarenta y ocho”, que hacía esquina entre las calles Barrameda y Pirrado y más halla, en la esquina de Barrameda con San Antonio, la famosa tienda de “ Eduardo Pozo”.
Santo Domingo, Ancha, o de José Antonio Primo de Rivera –que así se llamaba entonces aunque nadie le daba ese nombre-, y calle San Juan, para llegar al mismo edificio donde hoy se encuentra el Centro de Mayores, entre la Iglesia del Carmen, y la carpintería que todavía existe pegada a ésta.
Teníamos las clases en el piso superior donde nos juntábamos los niños de distintas edades, pues yo recuerdo que no tenía más de ocho años, y allí los había hasta con doce y trece, y todos nos apañábamos y aprendíamos con varias de las “Enciclopedia de Grado Medio” y otro libro denominado “Nociones de Cosas”, en el que nos enseñaban a viajar por toda la geografía española. En el piso de abajo daba clase la señorita Dª. Josefa, soltera que se afanaba en enseñarles a las niñas a ser buenas amas de casa y respetuosas con sus padres para que el día de mañana fueran buenas esposas y madres. Este colegio tenía un patio y justo a la derecha los comedores donde al mediodía nos daban de comer no sin antes haber cantado el “Cara al Sol” y donde niños y niñas se sentaban separados por aquello de que nos pudiéramos contagiar de algo entre nosotros mismos. Por la tarde retornábamos a clases hasta las cinco y media en que volvíamos a nuestras casas, pero esa tarde no ocurrió así, sobre las tres de la tarde, D. Tomas, nuestro profesor, se dirigió a toda la clase y con palabras solemnes y con absoluta seriedad como era preceptivo en él, nos explicó.
¡ Niños!, todos en pie; nuestras autoridades han acordado por unanimidad que después del comportamiento observado durante todo este curso por los niños y niñas de nuestras clases, y por ende de todo el colegio, escoger al mismo para otorgarles este año un juguete a cada uno de vosotros. Por ello ahora mismo, saldremos hacía el lugar donde se van a hacer entrega de ellos, saldremos uno tras de otro en fila y no quiero que en la calle se salga ninguno de la misma, pues esto puede suponer ser castigado sin su juguete. Nuestras emociones no podía ser más grandes, cada uno aguantaba su alegría como podía a pesar de que la manifestación era patente entre nosotros.
Salimos del colegio en dirección a la calle Ancha y, al llegar junto al Ayuntamiento, D. Tomas nos hizo girar hacía la calle de la Bolsa cruzando la Plaza del Cabildo, y al llegar a la casa que existía en la misma esquina con la calle del “Teatro”, nos hizo detenernos. Allí, junto a la puerta de esta casa estuvimos un buen rato hasta que fuimos pasando uno tras otro dentro, hacía una habitación donde había varias cajas de cartón de las que iban sacando los juguetes que nosotros íbamos recibiendo con la mayor alegría del mundo. Cuando llegué a la altura de donde se estaba entregando los mismos, me hicieron entrega de una cajita de lápices con seis unidades dentro –que lo conté nada más salir-, y volvimos de nuevo a la escuela con nuestros regalos donde el profesor nos preguntó si nos había gustado los mismos y que teníamos que ser muy buenos para que un próximo año nos volvieran a escoger como modelo.
Cuando salimos de clase, bajando por la escalera, uno de aquellos niños mayores, me arrebató la cajita de lápices y se perdió corriendo y yo me quedé atónito pensando qué le iba a decir a mis padres cuando llegara a casa y les contara lo que me había pasado con mis juguetes del año 1.953.”
Nada que ver con los reyes de hoy sobrados de materialismo y en el que el mismo valor que se le da a los juguetes es el que se le da a todo lo demás,es decir ninguno.
Gracias “pupá” por recordarnos que no es necesario tener de todo para apreciar el valor de lo que tenemos.

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